Columna de opinión sobre el Papa. Un liderazgo mundial que marcó una época.
* Por Federico Berardi
Politólogo. Delegado de Pastoral Social. Militante de Encuentro Peronista
La relevancia a nivel global de la partida de Francisco es proporcional a la relevancia de su pontificado. Un liderazgo que marcó para siempre una época y a su gente. Francisco hizo mucho en nosotros. La cuestión ahora es qué hacemos nosotros con él. Este artículo trata de ser un aporte en esa reflexión.
El Padre de todos
Se murió un Padre. El Padre de todos, porque siempre nos convocó al encuentro y a la fraternidad. El sentimiento de orfandad estruja los corazones de una humanidad huérfana que transita, ahora en soledad, la noche de un mundo incierto. Pero ese dolor social convive con el instinto humano de supervivencia, de abrir paso a la fe, al misterio de Dios que todo lo abraza, incluso la vida después de la muerte, confiando en que Francisco consolidó los mejores cimientos de la Iglesia y dejó marcada la huella en el camino para seguir. Eso es su legado, su legado es nuestra esperanza. Si ya tenemos ese legado, la pregunta entonces es: ¿Qué hacemos con ello? ¿Qué hacemos nosotros con Francisco?
El “hacer” es un verbo, todo verbo es un acto, un hacer, una acción. El verbo hacer por antonomasia nos pone en acción, en acto, es operativo. Es bueno en este punto detenerse en un principio de la filosofía que no dice “toda acción supone una reflexión”. Entonces, se vuelve ineludible la reflexión responsable sobre qué hacemos con Francisco.
En los primeros días luego de su partida hubo acciones de todo tipo. Los otrora ríos de tinta se volvieron teclados gastados por toda persona que quiso escribir sobre él desde su teléfono o computadora. Artículos, notas, testimonios, posteos. Canales de streaming, podcast, televisión y series en plataformas. Obviamente, misas y celebraciones religiosas. También movilizaciones populares masivas como la del día del trabajador, homenajes en instituciones, jornadas solidarias, caravanas y cualquier tipo de expresión popular. Que esto haya pasado, que pase ahora y que siga pasando a futuro, no solo es natural, sino que es lo correcto. Porque Francisco es el Papa de todos, no se lo encorseta. No hay franquicias, ni aduanas. Como la fe, que es de todos, él fue el Padre de todos.
Entonces el interrogante sobre qué hacemos con Francisco se vuelve una pregunta existencial para todos, dando por descontado que, si hacemos sentidos homenajes, corresponde luego tomar integralmente sus planteos. No usar de un Francisco a la carta. Y acá no hay que ser erudito ni sobregirar en estudios que tengan la respuesta. Es más bien captar el sentido de la pregunta. La sabiduría popular dice que “sabio no es el que sabe la respuesta sino el que entiende la pregunta”.
La armonía de los tres lenguajes
La armonía de los tres lenguajes
En distintas ocasiones, hablando sobre la educación, Francisco llamó la atención del peligro de que sea considerada sólo como el enseñar cosas, como la tarea de formar eruditos. Este aspecto, que es muy importante de por sí, tiene que estar en armonía con otras dimensiones de la persona para una formación integral y no quedarse a mitad de camino. La armonía de los tres lenguajes: manos, cabeza y corazón. Hacer, pensar y sentir. Es el secreto de la educación: que uno haga lo que piensa y siente. Que uno piense lo que hace y siente. Y que uno sienta lo que piensa y hace.
La simpleza como recurso pedagógico es un rasgo distintivo de Francisco, cuestión que de alguna manera explica la masividad global que cautivó con su mensaje. En este caso, los tres lenguajes nos sirven a nosotros para realizar, humildemente, una reflexión sobre algunos aspectos de su pontificado que se plantan como bandera de esperanza y testimonio a seguir.
Francisco hizo mucho en nosotros. La cuestión ahora es qué hacemos nosotros con él.
LENGUAJE DEL CORAZÓN
Sentir profundo
En el corazón de cada persona reside su identidad más honda, que la vuelve única y original. Jorge Mario Bergoglio fue un digno hijo de su pueblo y eso moldeó su corazón. Fue hijo, hermano, nieto, amigo, fue un nene, un joven y luego un hombre de barrio, de ciudad, de su Patria. Futbolero, tanguero, mateador, caminador. Estudioso, meticuloso, comprometido, audaz. Fue un hombre situado, con su tierra, con su tiempo y con su gente. La pertenencia a un pueblo y a sentir en lo profundo como pueblo formó su corazón y eso configuró la forma en que lideró la Iglesia. En sus propias palabras, “el gusto espiritual de ser pueblo (…) Jesús nos toma de en medio del pueblo y nos envía al pueblo, de tal modo que nuestra identidad no se entiende sin esta pertenencia”. (Evangelii Gaudium. Nro. 268)
¿Qué hacemos nosotros con Francisco? Tomar su apego a la identidad y la pertenencia al pueblo para no caer en actitud de vanguardia iluminada o círculo político endogámico.
En el nombre está la misión
Como primer Papa jesuita de la historia, toma el nombre del fundador de la orden de los franciscanos: San Francisco de Asís. Jorge Bergoglio eligió llamarse Francisco y en ese nombre estuvo el núcleo central de su misión. Como el santo de Asís, el lenguaje de su corazón nos habló tres cuestiones centrales en el mundo de hoy: los pobres, la paz y la fraternidad, no solo entre el género humano sino con toda la creación.
Ante la cultura del descarte, puso a los pobres y descartados en el centro, como profeta que anuncia, pero también denuncia. Ante un mundo violento, agresivo, pandémico y de guerra en cuotas bregó por la artesanía de la paz, el diálogo y la amistad social. Ante la globalización de la indiferencia, propuso obstinadamente la cultura del encuentro y la fraternidad, no solo entre las personas sino también respecto al cuidado de nuestra Casa Común.
¿Qué hacemos nosotros con Francisco? Reconocer el lugar privilegiado de los pobres en el Pueblo de Dios en el sentido religioso más puro, para evitar caer tanto en las garras como en las acusaciones del pobrismo. Apostar siempre al diálogo como contribución a la paz, para no ser marionetas de una grieta de funcionalidad táctica. Iniciar procesos de fraternidad que busquen más fecundidad que éxitos; la mejor política que integra y reúne no la que divide y dispersa.
Primerear, una Iglesia en salida
Si del lenguaje del corazón hablamos, tal vez el principal rasgo sea la religiosidad. La religión como lo que liga, ata, une a lo humano con lo divino. Y eso fue, un puente entre Dios y los hombres. Y así condujo a la Iglesia, esa barca timoneada por él con lugar para todos.
Francisco ejerció un estilo pastoral en el que integró en armonía la mejor tradición del Concilio Vaticano II, en el sentido de la conversión de una Iglesia con menos clericalismo y con más misericordia. Con menos administradores de lo religioso y más testimonio de fe involucrada en la realidad. La “Iglesia en salida”, apoyada en la figura de su antecesor Pablo VI, es su sueño de opción misionera. Es la Iglesia que primerea para que toda estructura eclesial sea un cauce de evangelización, más que una vía de autopreservación. Iglesia herida y accidentada por salir, antes que una Iglesia enferma por el encierro.
Su estilo pastoral integró también la impronta Latinoamérica. La contundencia de la consigna “pastores con olor a oveja”, habla por sí sola de un modo de humanidad, de cercanía y de abrazo para la comprensión de las dinámicas culturales y los dramas sociales, donde la fe tiene mucho para decir.
¿Qué hacemos nosotros con Francisco? Dejar que su legado sea de todos. Francisco debe ser patrimonio de toda Iglesia y de todo el pueblo de Dios. No corresponde la actitud de recorte y edición en función de conveniencias sectoriales que se presentan colgados oportunamente de su figura. Una forma creativa de preservar el tesoro de su legado, es incorporarlo al marco general del magisterio de la Iglesia y en particular al de la doctrina social, actualizando de una manera formidable cada uno de los temas y, más aún, haciéndolo desde la prepotencia de la ejemplaridad.
Su legado es nuestra esperanza.
LENGUAJE DE LA CABEZA
Soñar en grande
El pensamiento de Francisco aparece, en este tiempo histórico global, con una contundencia excepcional. Supo alzar la voz y construir una agenda para el mundo como ningún otro liderazgo mundial contemporáneo pudo hacerlo. La clave de este pensamiento reside en su capacidad para sistematizar todo un marco teórico doctrinal amasado durante décadas que supo entrar en diálogo y poner direccionalidad a la cuestión social integral, combinado con una gramática de la simplicidad: lenguaje directo, al hueso, sin eufemismos, para hablar sencillo sobre temas profundos, cosa de hacerlos accesibles a todos. Y esto no es solo una cuestión de estilo coloquial, en este caso las formas hacen al fondo. Porque ese pensamiento descollante para todo el mundo siempre surgió de la realidad, estuvo situado, tocando el dolor, los sueños, las historias, los proyectos. Tuvo raíz e identidad, capaz de diferenciarse de la frialdad tecnocrática.
¿Qué hacemos nosotros con Francisco? Incorporar su pensamiento a través del cual también seguirá presente, sin llevarlo a la biblioteca de los intelectuales ni a los discursos de barricada. Tomar su modelo de pensamiento, que condensa los grandes temas estratégico-estructurales con una prosa simple, humana y arraigada, que no encripte su mensaje a círculos políticos elitistas. Francisco fue capaz de generar un paradigma de humanidad en un mundo deshumanizado, la actividad política no puede deshumanizarse en tecnocracias de funcionarios sin sentido de territorialidad geográfica, sectorial o existencial, y menos aún deshumanizarse en microclimas militantes, cumpliendo rituales autocomplacientes que no expresan el sentir de las mayorías de un pueblo.
Paradigma para una nueva humanidad
Francisco llamó a iniciar procesos. Así lo hizo al momento de proponer una agenda geopolítica para el mundo. La columna vertebral de sus principales textos asoma en su primera exhortación “Evangelii Gaudium”, donde plantea los ejes programáticos de su papado, pasando luego por “Laudato Si” y “Fratelli Tutti”, hasta su última encíclica “Dilexit Nos”, sobre el corazón humano de Jesús. Esto, acompañado de múltiples discursos, mensajes, homilías y oraciones donde se encuentra la tenacidad de un planteo que no deja tema por abordar en un paradigma de humanidad: poner en el centro al ser humano. Convocar a la fraternidad y a la cultura del encuentro. Cuidar la casa común desde un enfoque de ecología integral. Condenar la economía que mata, la cultura del descarte y la tecnocracia. Reivindicar la política. Fortalecer la soberanía de los estados. Invitar a ser comunidad.
¿Qué hacemos nosotros con Francisco? Lo leemos, lo estudiamos, lo citamos y, sobre todo, lo asimilamos. Debería ser un mandato atemporal, pero con la necesidad de plasmarlo hoy mismo, que toda persona con vocación política, social, sindical, comunitaria o que se reconozca como militante, tenga la obligación de iniciar procesos que incorporen las categorías de este paradigma de humanidad en el que Francisco deja su huella viva y presente para no quedar solo en lo pasajero de un reconocimiento de cortesía.
LENGUAJE DE LAS MANOS
El magisterio de los gestos
A Francisco se lo puede conocer por sus palabras, pero sobre todo por sus gestos. El inicio y el cierre de su pontificado conforman una gran parábola donde, al dar comienzo, pide al pueblo que lo bendiga y, al concluir, vuelve al pueblo de esa misma plaza San Pedro para despedirse, con la conciencia de los grandes líderes de la humanidad tocados por Dios, que salen del pueblo y siempre vuelven al pueblo. En el medio, podemos señalar innumerables gestos de reparación, de cercanía, de abrazo y de humanidad. Sean estos en la centralidad vaticana o en cualquier confín de la tierra. En sus primeros gestos se despojó del ritualismo gobernante, se presentó como llegado del fin del mundo, viajó a Lampedusa a solidarizarse con los náufragos migrantes y, de ese modo, perfiló lo que iba a seguir gestualizando en los años posteriores. En el medio, el gesto más decisivo, según mi punto de vista, sea tal vez sea su mensaje “Urbi et Orbi”, en soledad, durante la oscura noche de la pandemia, como Padre de todos que interviene por la humanidad ante Dios.
También, en sus últimos gestos, salió adelante de la internación con las heridas abiertas de una vida de combate. Con la humanidad sufriente, pero con el sentido de autoridad intacto, se hizo presente en el lavatorio de pies de una cárcel en su último jueves santo, como para recapitular en ese gesto que todo el poder y autoridad de su pontificado residió en el servicio. Y se despidió finalmente con un gesto de Pastor entre su pueblo, presente en la celebración de la Pascua, en el misterio más profundo de la fe.
¿Qué hacemos nosotros con Francisco? Detenerse ante sus gestos, contextualizar los actores, tiempos y lugares. La gestualidad muestra cómo somos, sentimos y pensamos. La política tiene todo un lenguaje de gestualidad. Pienso en la adaptación argentina de la frase del militar prusiano Von Clausewitz que “la guerra es la continuación de la política por otros medios”. Parece que nos acostumbramos a que “la grieta sea la continuación de la política por otros medios”, y esa gestualidad de grieta alimenta la lógica pendular. Necesitamos héroes, no mártires. Dejar atrás la Argentina pendular con los gestos de la Argentina medular.
El trabajo es sagrado
El trabajo es sagrado
“El gran tema es el trabajo. El trabajo es lo verdaderamente popular, porque promueve el bien del pueblo”, nos dice Francisco en Fratelli Tutti. La dignidad en la persona, en la familia, en la sociedad, se construye desde la dignidad que da el trabajo. Por eso, el mismo Francisco alertaba sobre la solución provisoria de ayudar con dinero a los pobres, pero que el objetivo al cual la política no debe renunciar, por más que cambien los mecanismos de producción, es el de lograr organizar una sociedad que permita alcanzar una vida digna desde el trabajo. En cierto modo, todo el pacto social se construye en torno al trabajo.
¿Qué hacemos nosotros con Francisco? En un mundo tan complejo como cambiante, con tensiones de polos económico-financieros que se debaten entre la invasión de productos y las barreras arancelarias, debemos plantar bandera en lo esencial de nuestra tradición: el pueblo trabajador, su movilidad social ascendente, ser vehículo de justicia social. Un vértice donde converge la economía, lo social y lo cultural enmarcado en un proyecto político de una Nación soberana con planificación en producción y trabajo.
El planteo superador de Francisco en torno a la dignidad del trabajo y a su esencia verdaderamente popular, no tiene punto de comparación con voces que en su nombre pretenden romantizar las soluciones a lo urgente por ellos administradas. La Argentina medular tiene en la producción y el trabajo una de sus arterias fundamentales.
Los cuatro principios
En el lenguaje de las manos y en el plano del hacer, vale la pena incorporar los cuatro principios de toda acción social que representan un corte transversal que recorre toda nuestra actividad política.
El tiempo es superior al espacio. Este principio permite trabajar a largo plazo sin obsesionarse por los resultados inmediatos. Darle prioridad al tiempo es ocuparse de iniciar procesos, más que de poseer espacios.
La unidad prevalece sobre el conflicto. El conflicto no puede ser ignorado o escondido, debe afrontarse y asumirse, pero no para hacer del conflicto un lugar permanente. Si quedamos atrapados en él, perdemos perspectiva. Y señala Francisco incluso el riesgo de proyectar en las instituciones las propias confusiones e insatisfacciones.
La realidad es más importante que la idea. Este principio ayuda a evitar las formas de ocultar la realidad. Muchas veces la retórica, la imagen, el sofisma, los eticistas e intelectuales sin sabiduría se aferran a ideas desconectadas de la realidad.
El todo es superior a la parte. Propone Francisco la ecuación de la suma y la multiplicación, en vez de la resta y la división, donde cada parte tiene una singularidad específica que aporta al conjunto. Unidad no es uniformidad, por eso el modelo es el del poliedro que refleja a todas las parcialidades que en él conservan su originalidad.
¿Qué hacemos nosotros con Francisco? La práctica política en la Argentina ha caído en un desprestigio generalizado, personificada incluso por sujetos que expresamente denigran la actividad de la cual se hacen partícipes con el propósito de destruirla. Que esto haya ocurrido, nos abre a la conclusión de que los cuatro principios no fueron tenidos en cuenta. Dicho de manera más clara: llegar a un gobierno nacional con las alarmantes características del poder ejecutivo nacional habla más de errores propios que de méritos ajenos, que por cierto los hubo.
No podemos permitirnos caer nuevamente en el conflicto como práctica política, hay que combatir toda conducta que no concilie con la unidad. No se puede pretender otra vez la exclusividad excluyente de una parte que, con una adolescencia tardía, pone en jaque el destino del todo que es la Patria. No podemos aferrarnos a ideas que en todo caso describen la realidad, la maquillan, la comentan pero que no tocan la realidad ni la transforman. No podemos permitir otra vez la búsqueda descarnada de conquistar espacios de poder que se ocupan sin una mirada de temporalidad en la cual se inicien procesos fecundos, que se consoliden echando raíces en una comunidad organizada que los apropia.
REFLEXIONES FINALES
Su legado es nuestra esperanza
Con la sabiduría premonitoria de quien presiente su partida, Francisco abre las puertas del año santo convocando al Jubileo de la Esperanza. Nos convoca a ser peregrinos de la esperanza. A confiar en que la esperanza no defrauda. Nos llama a ser profetas de la esperanza. Nos invita a organizar la esperanza:
“No podemos limitarnos a esperar, tenemos que organizar la esperanza. Si nuestra esperanza no se traduce en opciones y gestos concretos de atención, justicia, solidaridad y cuidado de la casa común, los sufrimientos de los pobres no se podrán aliviar, la economía del descarte que los obliga a vivir en los márgenes no se podrá cambiar y sus esperanzas no podrán volver a florecer. A nosotros, nos toca organizar la esperanza, traducirla en la vida concreta de cada día, en las relaciones humanas, en el compromiso social y político”. (Francisco, 14/11/2021)
En su último libro, la autobiografía titulada “Esperanza”, Francisco -casi inadvertidamente- se detiene en el verbo “esperar”, que reúne dos significados: esperar como detenerse, aguardar; y esperar como desear, soñar.
La Argentina en general, espera. El movimiento nacional justicialista en particular, espera. En ambos casos se espera, se aguarda a la maduración de los procesos y en ambos casos se espera, se desea un futuro mejor, transformador. En ambos planos y en ambos sentidos de la espera, que el legado de Francisco sea nuestra esperanza.
Y cuando nos preguntemos qué hacemos nosotros con Francisco, podamos responder con el lenguaje de las manos, de la cabeza y del corazón que ayudamos a organizar la esperanza.