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Su ejemplo, su ternura y su coraje seguirán sonando en nuestras luchas cotidianas.

Por Braulio Silva Echevarría
Parlamentario del Mercosur Mandato Cumplido

Como la murga que entona su última canción y baja del tablado entre aplausos, emoción y alguna lágrima, así se retiró José "Pepe" Mujica. Pero, como toda buena murga, no se va del todo: nos queda su canto. Porque su ejemplo, su ternura y su coraje seguirán sonando en nuestras luchas cotidianas.

El pasado 13 de mayo de 2025 falleció Pepe, ex presidente de la República Oriental del Uruguay, a sus 89 años. Con él se va una figura singular en la política latinoamericana: un hombre que, lejos de las imposturas y el oportunismo, hizo de la humildad una bandera y de la coherencia una forma de vida.

Pasó trece años como preso político durante la dictadura cívico-militar uruguaya. Oscuridad, tortura y encierro. Una historia que conocemos de cerca, común para nuestra América Latina. Pero ni así pudieron apagar ese fuego interno del que tanto nos hablaba. Durante esos años logró mantener la croqueta activa y organizada, como decía él. Disciplina y perseverancia templaron su carácter.

A pesar de lo vivido, nunca dejó de ser un militante. Pepe fue, es y será un militante eterno -de la vida, de la justicia social, de la causa de los más débiles-. Aun ocupando la presidencia de su país, lo hizo con la misma humildad con la que cuidaba su chacra o paseaba con Manuela. En un mundo donde la política se ha convertido muchas veces en un instrumento para enriquecerse, Mujica supo recordarnos que la verdadera vocación política es la del servicio. "La vida es, antes que nada, dar", solía repetir en sus discursos.

Le dolían las deudas sociales, el desamparo, los sueños frustrados de las pibas y los pibes, la injusticia social y la diferencia de clase. No soportaba la insensibilidad frente al sufrimiento ajeno. Nos enseñó que hay que tomar partido, no se puede ser neutral: estás con los poderosos, o estás con los más humildes.

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Mujica apostó a la unidad latinoamericana como camino para hacer frente a la dependencia y el saqueo.


Mujica resistió. A la dictadura, al cinismo neoliberal, a la tentación del poder por el poder mismo. Y así construyó una democracia más cercana, más sensible, más humana. Con una visión profundamente popular y latinoamericanista promovió una política de ampliación de derechos, de dignidad, de memoria.

Fue, además, un convencido de la necesidad de una integración regional real, solidaria y soberana. Su compromiso con la Patria Grande no fue un gesto diplomático, sino una convicción profunda de que nuestros problemas son comunes y los destinos de nuestros pueblos están entrelazados. Por eso, apostó por la unidad latinoamericana como camino para hacer frente a la dependencia y el saqueo. No hay liberación posible en soledad. Defendió los procesos de integración como herramientas políticas y económicas para construir un bloque regional con voz propia, capaz de resistir las imposiciones del Norte Global.

Lamentablemente, hoy hay quienes miran más hacia las grandes potencias que hacia los pueblos hermanos con los que compartimos historia, destino y sueños. Pero el sentimiento profundo de nuestras tierras sigue siendo la unidad, el abrazo entre iguales, el respeto mutuo. Y desde este Sur, con todas nuestras heridas, sabemos que ningún proyecto nacional será viable si no es también un proyecto regional.

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Su palabra, muchas veces cargada de esa sabiduría sencilla de quien vivió mucho, nos dejó valiosas lecciones. Nos enseñó que se puede vivir con poco y ser feliz, que el amor es una fuerza transformadora, que el compromiso con los más humildes no se declama: se practica. Que la política, en definitiva, es la herramienta más noble que tenemos para transformar la realidad.

Nos recordó también que la ética debe prevalecer sobre el cálculo, que la sencillez no es una pose sino una decisión profundamente política. Que vivir como se piensa, sin dobleces, no solo es posible, sino urgente en tiempos de ostentación vacía. Que la cercanía con el pueblo, lejos de debilitar al dirigente, lo fortalece y lo humaniza. Que no se trata de discursos pomposos ni falsas promesas, sino de convicciones que se demuestran con el ejemplo cotidiano. Mujica quería manos y cabezas comprometidas, que levanten ideas y vivan por ellas, abrazando las causas justas. La vida vale si vale para otros, y el mejor homenaje que podemos hacerle es continuar con la lucha.

Esta vida, decía, es lo único que tenemos. Nuestro paraíso o nuestra condena. Hay que abrazarla con generosidad, darle un rumbo, porque si no, el rumbo lo pone el mercado. Se puede vivir porque se nació, sí, pero vivir con sentido es una elección. Parte de esa elección es gastar la vida al servicio de la utopía, no en pavadas. Porque los derrotados no son los que pierden, sino los que bajan los brazos.

Hoy el campo popular lo despide con dolor, pero también con gratitud. Porque hombres como el Pepe no mueren del todo. Se vuelven semilla. En cada piba y pibe que decide militar por una causa justa. En cada compañero que elige la organización sobre el individualismo. En cada gesto sencillo recuerda que la verdadera revolución es la del amor y la justicia social.

En estos tiempos su ejemplo se vuelve urgente. En un mundo cada vez más individualista, donde el éxito se mide en acumulación y el tiempo se vuelve mercancía, necesitamos más que nunca volver a pensar en lo colectivo.

Hasta siempre, compañero.