
Nuestro país y nuestra región vuelven a dirimirse entre emancipación o colonización.
Por Juan Caccamo
Abogado y militante peronista. Presidente de Fuerza Solidaria en el gobierno de la provincia de Buenos Aires.
“Serás lo que debas ser o no serás nada”, es una máxima del General San Martín que debería interpelarnos este 17 de agosto, día en que conmemoramos un nuevo aniversario de su muerte.
Abogado y militante peronista. Presidente de Fuerza Solidaria en el gobierno de la provincia de Buenos Aires.
“Serás lo que debas ser o no serás nada”, es una máxima del General San Martín que debería interpelarnos este 17 de agosto, día en que conmemoramos un nuevo aniversario de su muerte.
En primer lugar, obviamente, porque nuestro país, nuestra región, vuelve a dirimirse entre la emancipación o la propuesta de colonización absoluta a la que el poder central nos somete con deuda, proscripciones, miseria y destrucción. Pero también porque la pauperización ciudadana que el gobierno mileista nos propone con su gestión deja al descubierto otro dilema: ¿podremos cumplir con el deber de alcanzar el potencial de ser una Patria? ¿Podremos honrar al padre de esa Patria en las tareas de unión y emancipación? Son preguntas abiertas a la sociedad, pero puntualmente a la militancia partidaria, a la organización social. Preguntas que resuenan en cada uno de nosotros, como parte de un movimiento político enraizado en la identidad nacional, hoy en disputa.
Desde esa perspectiva, recordar a San Martín a 175 años de su partida es, en cierta medida, un desafío, una interpelación. ¿Podremos con nuestro aporte, con nuestro esfuerzo, ser testimonio de su clara vocación de lucha? ¿Continuaremos la tradición política de esa fina línea entre nuestro padre-héroe y Perón, entre Evita y Néstor y Cristina? ¿Representaremos con humildad heróica a los hermanos de nuestra Patria que han sido postergados por históricas decisiones y medidas que frenan su desarrollo personal y familiar, imponiendo el estancamiento de la Patria?
Desde esa perspectiva, recordar a San Martín a 175 años de su partida es, en cierta medida, un desafío, una interpelación. ¿Podremos con nuestro aporte, con nuestro esfuerzo, ser testimonio de su clara vocación de lucha? ¿Continuaremos la tradición política de esa fina línea entre nuestro padre-héroe y Perón, entre Evita y Néstor y Cristina? ¿Representaremos con humildad heróica a los hermanos de nuestra Patria que han sido postergados por históricas decisiones y medidas que frenan su desarrollo personal y familiar, imponiendo el estancamiento de la Patria?

"En los momentos que quieren hacer olvidar nuestra historia, nuestra raíz, acá estamos", sostiene el autor.
Rechazado y difamado por Rivadavia -absoluto responsable de que San Martín decidiera abandonar nuestro país-, nuestro héroe brilla en la memoria de esta Patria, incluso bajo los oscuros “tiempos libertarios”. Las medidas del gobierno nacional tienen, como en aquella época, el objetivo de entregar nuestro territorio, sus recursos naturales, destruir la industria nacional junto a todos los derechos laborales, sociales, constitucionales con que la población garantiza nada más y nada menos que su vida cotidiana a partir del peronismo. Los argentinos y argentinas vivimos una guerra planteada por la política del gobierno de Milei, acompañado por el elenco estable del desastre: Caputo, Bullrich, Sturzenegger y los socios del poder. Tal como en los tiempos de la constitución de nuestra Patria, la valentía y determinación de nuestro General San Martín deberán motivarnos para luchar contra este presente liberal y anti-democrático, contra esta dependencia al extranjero, esta humillación a la que se ha sometido a nuestro pueblo.
Desde la Patria es el Otro sabemos que nuestra responsabilidad está atada a la vocación sanmartiniana de liberar a nuestro pueblo -sin considerar fronteras-, pero no viene mal un día como hoy comprender juntos la escala de su visión estratégica; la humildad que lo eximió de la soberbia, la grandeza que lo alejó de las trampas del poder. La unidad de Sudamérica, la posibilidad de habernos constituido como Nación Argentina, dan cuenta de esos valores puestos en acción política concretas: la constitución de un ejército que siempre consideró propio, la partida a Chile sin temor a las internas que le escamoteaban apoyo, la gravedad específica del encuentro con Bolívar en Guayaquil... Decisiones tomadas en un tiempo y un territorio que vivía procesos políticos y económicos, marcas culturales específicas, herencias coloniales.
Como decía Javier Trímboli, un tiempo donde “la oportunidad de liberación no estaba tan cerca como se imaginó”, los intereses de las potencias hacían lo propio para que los entendimientos de unidad no progresaran. Sin embargo, la visión sanmartiniana de esta Patria Grande liberada, el hecho de creer en ese deber ser latinoamericano, fue una fuga que levantó de raíz una identidad nueva y poderosa que hoy se vuelve ejemplo necesario para transitar el presente.

Juan Caccamo (en el centro de la imagen), en la última movilización del 24 de marzo.
Tenemos por delante la responsabilidad de articular un nuevo llamamiento a la fuerza vital de todo nuestro pueblo para crecer como Nación, y la tenemos concretamente este próximo 7 de septiembre en nuestra provincia. Más que nunca, miremos la gesta de nuestro héroe que nos recuerda la existencia de hombres y mujeres que pudieron vencer con valor y honradez al que quería sojuzgarnos. ¿Qué haremos desde cada uno de nosotros en los lugares de trabajo, de estudio, de militancia para transformar esta realidad injusta y con falta de valores? Considerando que, según palabras de San Martín “todo esfuerzo parcial es perdido”, aunemos esfuerzos, reflexionemos sobre lo dicho y busquemos una respuesta.
Un nuevo 17 de agosto nos invita a la reflexión sobre el compromiso con la existencia propia y colectiva. En los momentos que, justamente, quieren hacer olvidar nuestra historia, nuestra raíz, acá estamos recordando a nuestro padre.
Porque no hay margen para el titubeo con el destino de nuestra Patria, que es a la larga nuestro propio destino. No hay lugar para la ausencia de esfuerzo, que nos conduzca a la insignificancia, a no ser absolutamente nada.